Era una tarde fría, la más fría de un crudo invierno. Vi luz y la puerta abierta, no lo dudé, me senté en una de las mesas y abrí uno de esos libros. No sé el tiempo que transcurrió cuando escuché, al tiempo que una mano posaba en mi hombro, una voz dulce y pausada: ─ Es la hora de cierre, señor. Nunca una voz me sedujo tanto. Nunca una voz me produjo tal sensación de paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario