10 noviembre 2015

Comentario: Cometa

Cometa ( James Salter)

El libro de relatos “La última noche”  se abre con el relato ‘Cometa’.
Cometa vuelve la vista a las infidelidades, incluso aquellas del pasado que no deberían afectar a las nuevas parejas, pero que arrastran el sentimiento de sentirse sustituto; y Phil, como otros hombres envejecidos de la colección, recordará con añoranza el esplendor de una relación que pasó por su vida como un cometa.  Salter nos cuenta la relación de un matrimonio de cincuentones que vienen de anteriores fracasos matrimoniales. La acción transcurre en la casa de unos amigos, durante una velada en que los invitan a cenar. Toda la trama se reduce a unas conversaciones entre los amigos aparentemente superficiales pero, que poco a poco, van rebelando detalles íntimos que nos muestran el absoluto desmoronamiento de la pareja. Se trata este de un cuento en el que los silencios juegan un papel tan importante como las palabras, todo narrado con precisión, con concreción de maestro. El final es inmejorable, y los diálogos son un auténtico prodigio de recursos, de síntesis. Un ejemplo de esos diálogos a los que hago referencia puede ser el siguiente:

Philip se casó con Adele un día de junio. Estaba nublado y hacía viento. Después salió el sol. Había pasado bastante tiempo desde la primera boda de Adele, que vestía de blanco: zapatos de salón blancos con tacón bajo, falda larga …”. Adele es divorciada y tiene un hijo, viven en una casa con jardín, un elemento que se repite en los relatos (‘Arlington’ es la única excepción), y “en el banquete Adele sonrió de felicidad, bebió más de la cuenta, rió y se rascó los bazos desnudos con largas uñas de corista. Su nuevo marido la admiraba, podría haber lamido la palma de sus manos como un ternero la sal”.

Varias páginas después ha llegado el otoño, una noche de cena en casa de los Morrissey a quienes Salter nos presenta con unos pocos trazos, y a otros de los comensales:

Otro de los comensales era un hombre de Chicago que había hecho fortuna con los ordenadores, un papanatas, como se vio enseguida, que propuso un brindis durante la cena.
–Por el fin de la privacidad y la vida digna –dijo.
Estaba con una mujer apagada que recientemente había descubierto que su marido se entendía con una negra de Cleveland, aventura que por lo visto había durado siete años. Incluso podía ser que tuvieran un hijo.
–Entenderéis por qué para mí venir aquí es como un soplo de aire fresco –dijo ella.
Las mujeres se mostraron solidarias. Sabían lo que tenía que hacer: reconsiderar completamente los últimos siete años.
–Es verdad –convino su acompañante.
–¿Qué es lo que hay que reconsiderar? –quiso saber Phil.
Le respondieron con impaciencia. El engaño, dijeron, la mentira: ella había sido engañada todo aquel tiempo. Mientras tanto, Adele se estaba sirviendo más vino. Con la servilleta tapó el mantel donde había derramado ya una copa.
–Pero fueron tiempos felices, ¿no es cierto? –preguntó inocentemente Phil–. Eso pasó a las historia. No es posible cambiarlo. No se puede convertir en infelicidad.

E inmediatamente Adele entra en escena, y refiriéndose a Phil:

–Él abandonó a su mujer –les dijo Adele.
Silencio.
La media sonrisa de Phil había desaparecido, pero su semblante aún era agradable.

Todavía lo es, pero no lo será en absoluto en las cuatro páginas restantes.


-No veo ningún cometa –dijo ella.
-¿No?
-¿Dónde está?
-Justo ahí encima –señaló él-. No se distingue de cualquier otra estrella. Es eso que sobra al lado de las Pléyades. –Phil conocía todas las constelaciones. Las había visto surgir con la oscuridad sobre costas desoladoras.
-Vamos, ya lo mirarás mañana –dijo ella, casi como si lo consolara, pero no se acercó a él.
-Mañana no estará. Solo pasa una vez.

En el  cuento hay además lo que podríamos denominar “párrafo de contrast”,, una descripción lúcida y sencilla de la felicidad, momentos de plenitud vividos por alguno de los personajes en el pasado que, no obstante, condicionan de alguna manera su presente.
«Ninguno de ellos podía saber, ninguno podía visualizar Ciudad de México y aquel primer año increíble, conduciendo hasta la costa para pasar el fin de semana, cruzando Cuernavaca, ella con las piernas desnudas al sol, y los brazos, la sensación de mareo y sumisión que experimentaba con ella, como ante una foto prohibida, ante una subyugante obra de arte. Dos años en México ajenos al naufragio, él fortalecido por la devoción que ella le inspiraba. Aun podía ver su cuello inclinado hacia delante, y la curva de su nuca. Aun podía ver las finas trazas de hueso que recorrían su tersa espalda como perlas. Aun podía verse a sí mismo, el que era antes».

En «Cometa» los personajes son de carne y hueso y las situaciones ocurren en la vida de cualquiera. No hay trampas ni fuegos artificiales, y los silencios –tan difíciles en literatura- son tan elocuentes como lo que sí se dice.

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