Por Manuel Ortiz
Apenas
eran las cinco de la mañana y la lluvia caía sobre Bormujos.
Cuando
Serafín, el alcalde del pueblo debajo de la cama buscaba una aguja de hacer
crochet que se le había caído.
— ¡Mierda! ¡Mira que caérseme ahora! Pensaba el alcalde
mientras tanteaba el frío suelo. Si enciendo la luz, seguro que se despierta.
En
el momento que la encontró, se puso de pie todo lo sigiloso que pudo, miró a su
mujer qué seguía dormida. Cruzó la habitación, y por el espejo él la observó con indiferencia, no había ningún
detalle característico que pudiera llamar su atención. Su mirada se deslizó
desde su cabello castaño, hasta el perfil de sus pies, que destacaban como dos
obelisco bajo el edredón. La papada de su cuello preparaba el camino para la
redondez de sus caderas y muslos. Entró sin hacer ruido en el cuarto de baño,
guardó la aguja en una bolsa de viaje y se duchó. Después de secarse con
rapidez, decidió afeitarse, tenía la barba negra y espesa. Se quedó de pie frente
al espejo, frotándose las mejillas con aire meditabundo, lamentaba haberle
comentado la noche anterior su deseo de acompañar al equipo de petanca del
pueblo. Con ella, lo mejor era el silencio y la mentira. El estar cerca de esa
mujer, lo había alejado de su auténtico yo, volviéndose insignificante, vulgar,
como ella. Los ojos de Serafín eran fríos y miraban medio ocultos por la cínica
caída de sus párpados.
De
repente, sintió unas manos sobre su espalda que bajaban lentamente, en el
espejo vio reflejado el rostro de su mujer que sobresalía por encima de su
cabeza.
— ¿A dónde vas? —preguntó ella con voz cavernosa.
—No me toques el culo—replicó el alcalde, mientras
sentía como ardían sus mejillas.
— ¿Ya no te gusta? —Le preguntó de nuevo su mujer con
una sonrisa lasciva.
— ¡Vete a la mierda!—le contestó con voz rotunda
Serafín.
Era la primera vez en treinta años de matrimonio, que
el alcalde se enfrentaba a su mujer.
— ¿Qué has dicho? —le inquirió su consorte, mientras lo elevaba por las
axilas.
—Lo que has escuchado y que sepas que voy a acompañar
al equipo de petanca.
—No, a mí tú no me engañas, A ti te
importa una mierda el equipo y la petanca, a ti lo único que te interesa es el
hijo de la rubia.
Todo ocurrió muy deprisa. Serafín, sacó
fuerzas de flaquezas y la empujó contra la bañera, ella cayó sobre esta,
desparramada y gritando como un cerdo. El
alcalde cogió la bolsa y se vistió deprisa mientras bajaba la escalera, el
corazón le golpeaba como una bomba, pero él no dejaba de correr. Cuando llegó a
la plaza, ésta se encontraba vacía, sólo había un municipal que estaba dando la
ronda. El alcalde se dirigió hacia él preguntándole dónde estaba el autobús de
la peña de petanca.
—Todos los jugadores y peñistas se fueron
a Obaba—le contestó el agente mientras se cuadraba.
Serafín respiró profundamente, buscó en
sus bolsillos y encontró las llaves de su coche, porqué él había tomado una
decisión y ésta se encontraba camino de Obaba.
CADÁVER EXQUISITO
¿Quién era?: el alcalde del pueblo
¿Dónde estaba?: Estaba debajo de la cama
¿Qué hacía?: Buscaba la aguja de hacer crochet
¿Qué dijo?: No me toques el culo
¿Qué dijeron o hicieron los demás?: Se fueron a Obaba
¿Cómo acabó?: Camino de Obaba
¿Quién era?: el alcalde del pueblo
¿Dónde estaba?: Estaba debajo de la cama
¿Qué hacía?: Buscaba la aguja de hacer crochet
¿Qué dijo?: No me toques el culo
¿Qué dijeron o hicieron los demás?: Se fueron a Obaba
¿Cómo acabó?: Camino de Obaba
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