13 diciembre 2021

Relato "La soledad en un puño". Antonio Vázquez

Club Caliope

 

Nací una noche de verano, en una familia de atletas. Era noche estrellada, y el cielo era un mar negro, y desde la carpa del circo, se identificaban las constelaciones.
Mis padres eran la pareja protagonista de la actuación de acrobacia del Circo Peers, y su familia llevaban tres generaciones, siendo los acróbatas del Circo.
Yo me crié con el cariño de los trapecistas, payasos, domadores, vedettes, músicos y contorsionistas, y desde muy corta edad, el mundo del circo, se me inyectó como sustento vital en las venas de mi cuerpo. Pero algo en mi interior, ofrecía un rechazo a esta vida nómada, que te obligaba a deshacer la casa, cada mes, para volverla a construir en otra ciudad, con otras gentes, otras lenguas y otras culturas.
A pesar de este rechazo, desde los diez años, ya formaba parte del equipo de trapecistas del circo, y ensayaba con la pequeña orquesta musical del circo. Aunque mi verdadera ilusión, era hacer el grado de psicología, especializado en relaciones laborales internacionales. Mis padres no me apoyaron mucho, cuando yo les transmití mi intención de estudiar tanto el bachiller, como el grado a distancia, para poder desarrollar mis inquietudes, y deseos. Ellos no contribuyeron económicamente a mi formación, aunque gracias a la pequeña paga que tenía desde los inicios como trapecista en el circo, y a que no tenía ni vida social con tanto cambio de domicilio, ni gastos por vicios o hobbies, administré esas pagas y pude pagarme los estudios a distancia.
Al principio me resultó muy duro, compaginar los entrenamientos con el trapecio, el trabajo del día a día del circo, y los estudios y exámenes que hacía con la Escuela Internacional a distancia de Estocolmo. Pero con el paso de los años, mi cuerpo se fue adaptando, como siempre hizo en la vida, y puede completar mi grado en psicología, a la edad de veintiséis años.
El porque cursar el grado en la escuela de Estocolmo, no fue por mi familia, de descendencia italiana, sino porque Suecia era el país, donde más prestigio e importancia, se le daba a la psicología y al psicoanálisis.
Cuando llegó este día, y les comuniqué a mis padres, ya en sus últimos días como trapecistas y no siendo ya la pareja principal del circo, que abandonaba el circo, para dedicarme a ejercer la profesión que realmente deseaba, tanto ellos, como todos los miembros del circo, mostraron un gran pesar, pero entendieron mi decisión. Nos separamos una mañana de Abril, en Sevilla, cuando en el barrio del Infierno, ya libre de luces y música, solo se escuchaban grúas, operarios y coches, desmontando todas las atracciones, incluida el Circo Peers.
Después de quince días de descanso y reseteo vital, había enviado varias ofertas de empleo a distintas empresas de todo el mundo, y antes de abandonar Sevilla, tuve la suerte, de entrar a formar parte de una empresa con sede en Sevilla, de exportación de aceite y aceitunas de mesa.La Española.
El inicio de esta nueva etapa de mi vida, fue emocionante, y pude poner en práctica algunos conocimientos de la Escuela de Estocolmo, desconocidos en España, no sin reparos por parte del CEO y resto de la dirección de La Española, pero resultó todo un acierto, y pronto escalé en esta empresa, lo suficiente, como para permitirme además de alquilarme un piso, antes vivía en un apartamento, disfrutar de mi otro placer en la vida, que era tener una banda de rock.
La banda la formamos un compañero de la empresa, Juan el batería, su amigo de la infancia Pepe al bajo, Jaime de Carmona a la guitarra, Maite a los teclados y percusión y yo como vocalista. Aunque nunca me imaginé como vocalista, puesto que en el circo siempre tocaba distintos instrumentos, no se si por suerte, o porque el resto del grupo cantaba peor que yo, me erigí en el cantante del grupo, al que además con mis letras, le dábamos un aire reivindicativo sobre los derechos humanos.
Este grupo, que mantuvimos cinco años, en la más absoluta clandestinidad para el público de masas, y que solo tocábamos en pequeños antros, no muy frecuentados por la movida sevillana, en su quinto aniversario, coincidimos en la Sala Imperdible, tocando con un grupo irlandés, en los días complementarios de la Monkey Week, y parece que debieron escucharnos un público distinto al habitual, porque a la semana siguiente, nos llamaron de Radio 3, para una entrevista y una actuación grabada.
Después de ese momento, la música de nuestro grupo, Betis, se escuchaba en todas las cadenas de radio, y no solo en las de culto, sino en las comerciales.
Comenzamos a dar conciertos por la provincia de Sevilla, luego por Andalucía, luego España y en el transcurso de seis meses, ya dimos el salto internacional, con actuaciones por Europa, Australia, y América.
Como el éxito del grupo era tan gigantesco, tuve que abandonar el trabajo en la empresa de La Española, y establecimos nuestra sede en Madrid, por el tema logístico, y nos convertimos en uno de los grupos con más actuaciones en directo del momento.
Durante tres años, dimos conciertos por todo el mundo, generábamos dos álbumes por año, de los cuales, casi la totalidad de las letras eran mías, y además de los beneficios de las ventas de discos, y los conciertos, me generaban mucho por los derechos de autor que tenía registrados.
Las actuaciones de los conciertos, se volvieron algo totalmente desmadrado, y teníamos que alquilar hoteles al completo, para evitar el acoso de fans, periodistas y curiosos, antes y después de los conciertos.
Fue en esta época, cuando mis compañeros del grupo, comenzaron a distanciarse de mi, ya que ellos querían después de los conciertos, hacer fiestas y celebraciones, pero yo que lo daba todo en las actuaciones y además debía cuidarme la voz, comencé a declinar esas celebraciones y me iba solo a mi habitación.
Las primeras noches que pasaba solo, me servían de descanso, pero poco a poco, comenzaba a invadirme el cuerpo una sensación de desesperación y aislamiento, que me agradaba. Y comencé a cambiar hábitos, y lo que comenzó las noches de conciertos, se transformó en forma habitual de vivir. Cambié de piso, a uno más alejado del centro de Madrid donde vivía el resto del grupo, a una zona tranquila, sin ruido de tráfico ni ambulancias.
Ese cambio, afectó a mi forma de pensar, y se plasmó en las letras de las canciones que escribía, mucho más siniestras. Esto generó un conflicto en el grupo, y después de mucho meditarlo, decidimos disolver el grupo y seguir yo por separado. El resto quiso seguir con otro nombre, tocando nuevos temas, pero no tuvieron mucho éxito. Yo preferí recluirme solo en un monasterio cercano a El Escorial.
Allí estuve hasta los 40 años, edad a la que decidí volver a escribir canciones, aunque había decidido que ya nunca volvería a cantar.
Mi vida siguió ligada al mundo de la música, pero desde la distante soledad de mi piso, a las afueras de Madrid, donde componía letras de canciones, para artistas noveles, que encajaban con el estereotipo de cantante que me gustaba y que hacían el tipo de música de culto que yo adoraba.
Mucho de ellos, lograron el mismo éxito que yo con el grupo Betis, pero yo no aparecía nunca en las portadas de las noticas, ese era el trato, cuando firmábamos la cesión de las letras.

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