El coleccionista (¿cobarde?) de
sueños
SEUDÓNIMO: Santiago
El día no había sido especialmente
novedoso: trabajo intenso casi desde el amanecer y progresiva pérdida de
concentración conforme se acercaba la tarde. En realidad no era solo una
cuestión de fatiga sino que las brumas del crepúsculo otoñal invitaban a borrar
contornos del pensamiento, a convertir en vaporosas las ideas que otrora
surgían nítidas. En ese momento del día, las horas se comprimían con velocidad
siguiendo al sol mientras el reino de las tinieblas y su universo onírico
extendían dominios.
Se descubrió a sí mismo caminando ya
por las calles húmedas y sonoras del centro de la ciudad. Era en esos momentos
cuando se alegraba de haber elegido aquella ciudad, con su clima y regio pasado
centroeuropeo. Le gustaba sentir la lluvia en el paraguas y el frío en la cara,
el eco de sus pisadas en aceras centenarias y en fachadas de piedra, el olor a
bosque mojado en parques abiertos, fieles emisarios de una naturaleza siempre
presente.
De una mediana iglesia escapaban las
notas de ensayo del organista. Aparentó curiosidad y entró. Con poca
iluminación apenas se distinguía la figura del músico en un fondo lateral. No
importaba. Tampoco los tres o cuatro fieles repartidos por la nave central.
Tomó asiento y escuchó…El titubeo escolar del principio desapareció y toda la
música se expandió por el mundo. Buxtehude sonaba sin contemplaciones, en un
eco indefinido, sin aristas, sin paisaje al fondo. Se estaba quedando vacío por
dentro y la sensación era agradable. ¿Sería aquello la muerte? A su lado estaba
Demian, que sin darse cuenta se había sentado a su lado. Adrian Leverkühn
paseaba agitado pero sin estridencias por las proximidades del ábside. Cada vez
más aéreo, confundía su vida con el aire del órgano, ya no era él, ya no sabía
lo que era, ni siquiera si tenía un nombre…al día siguiente creyó que se había
quedado profundamente dormido.
Esa mañana, como era fiesta, se
dedicó a reparar el pequeño seto de piedras que marcaba los límites de su
propiedad. Las lluvias del invierno, ya en retirada, lo habían dañado. No era
una actividad placentera salvo la posibilidad de ver, desde una de las
esquinas, un buen trozo de playa, invisible desde su vivienda. El mar siempre
le había confundido y sabe que llegó allí para no encontrar respuestas. Era lo
que necesitaba justo después de la gran pregunta.
Después de un almuerzo frugal y una
ligera cabezada con la Eroica sonando empolvada en el giradiscos, marchó al pub
como tantas tardes. La gente de Dingle era campechana, con sus miserias y
grandezas a la vista, sin exhibirlas ni esconderlas. Simplemente estaban ahí.
Quizás por eso eligió este lugar después de la gran desgracia.
El acento irlandés no le resultaba
extraño pues lo conocía desde joven. El whisky le gustaba cada vez más y se
había convertido en un extraño compañero fiel. Jamás pensó en su vida anterior
que podría acabar así. El ambiente del pub era cálido. Si quería conversación,
la encontraba. Si quería soledad, también. En verano escucharía música popular
en verbenas, recordando por qué escapó de la gran prisión del dolor pero, casi
sin solución de continuidad, se volvería a ilusionar con un empezar de nuevo. Y
todo ello después de haberse dormido tras larga charla con su compañero fiel.
La mañana del último día laborable de
la semana siempre transcurría con un tempo especial. Tan ágil y febril que sin
darse de cuenta, justo después de la puesta de sol, ya se descubría a sí mismo
acicalándose para la noche. Tenía un blue-collar
job pero eso le permitía reservar sus energías intelectuales para la noche,
más exigente que las academias.
Si unas horas antes de salir había
llovido con generosidad, lo interpretaba como un buen augurio. Le encantaba ver
reflejada su figura estilizada en los charcos, los destellos de neón
escurriéndose por el suelo, el olor a ¿tierra? ¿asfalto? ¿ozono? mojado…Jersey
City era una pequeña gran ciudad fabulosa para sentir el paso de las
estaciones, y la entrada del invierno era su momento favorito.
Esa noche se vistió sin aspiraciones.
Pensaba dar una vuelta por un par de pubs de los que hacía tiempo que no
visitaba. En el D’Angelo´s había pasado tan buenos momentos años ha, que sentía
como un sacrilegio el regresar en vano. Con cerveza y frutos secos, la música y
la conversación con Gina le empezaron a afectar. Aunque la conocía desde la
high school, nunca habían intimado. Los temas, musicales y de charla,
discurrían por lo más alto y lo más bajo, ora sexo adolescente, ora las
relaciones entre religión y ciencia. Recordaban momentos juntos y pasaban de
puntillas por el presente. En un momento singular, se sorprendió acariciando
los pendientes que ella se había quitado y dejado sobre la barra. Ya nada
volvería a ser lo mismo…
Santiago despertaba cada mañana con
la nitidez del sueño recién abandonado. Conforme avanzaban los minutos,
Buxtehude, Dingle o D’Angelo’s entraban
en una nebulosa de difícil precisión, que se evaporaba sin violencia. Se
despedía cómodamente de su primera vida y entraba poco a poco en la segunda y
convencional. Le gustaba rumiar ese desvanecerse tibio de los sueños, e incluso
lo agradecía. Se aseguraba así de que no vivía una doble realidad, una doble y
arriesgada vida. Temía a la fuerza arrolladora de sus sueños, hasta ahora
acotados por su vigilia. Porque… ¿qué ocurriría si algún día se hacen realidad?
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