16 agosto 2015

CONCURSO RELATOS

El coleccionista (¿cobarde?) de sueños
                                                                                     SEUDÓNIMO: Santiago
El día no había sido especialmente novedoso: trabajo intenso casi desde el amanecer y progresiva pérdida de concentración conforme se acercaba la tarde. En realidad no era solo una cuestión de fatiga sino que las brumas del crepúsculo otoñal invitaban a borrar contornos del pensamiento, a convertir en vaporosas las ideas que otrora surgían nítidas. En ese momento del día, las horas se comprimían con velocidad siguiendo al sol mientras el reino de las tinieblas y su universo onírico extendían dominios.  
Se descubrió a sí mismo caminando ya por las calles húmedas y sonoras del centro de la ciudad. Era en esos momentos cuando se alegraba de haber elegido aquella ciudad, con su clima y regio pasado centroeuropeo. Le gustaba sentir la lluvia en el paraguas y el frío en la cara, el eco de sus pisadas en aceras centenarias y en fachadas de piedra, el olor a bosque mojado en parques abiertos, fieles emisarios de una naturaleza siempre presente.
De una mediana iglesia escapaban las notas de ensayo del organista. Aparentó curiosidad y entró. Con poca iluminación apenas se distinguía la figura del músico en un fondo lateral. No importaba. Tampoco los tres o cuatro fieles repartidos por la nave central. Tomó asiento y escuchó…El titubeo escolar del principio desapareció y toda la música se expandió por el mundo. Buxtehude sonaba sin contemplaciones, en un eco indefinido, sin aristas, sin paisaje al fondo. Se estaba quedando vacío por dentro y la sensación era agradable. ¿Sería aquello la muerte? A su lado estaba Demian, que sin darse cuenta se había sentado a su lado. Adrian Leverkühn paseaba agitado pero sin estridencias por las proximidades del ábside. Cada vez más aéreo, confundía su vida con el aire del órgano, ya no era él, ya no sabía lo que era, ni siquiera si tenía un nombre…al día siguiente creyó que se había quedado profundamente dormido.
Esa mañana, como era fiesta, se dedicó a reparar el pequeño seto de piedras que marcaba los límites de su propiedad. Las lluvias del invierno, ya en retirada, lo habían dañado. No era una actividad placentera salvo la posibilidad de ver, desde una de las esquinas, un buen trozo de playa, invisible desde su vivienda. El mar siempre le había confundido y sabe que llegó allí para no encontrar respuestas. Era lo que necesitaba justo después de la gran pregunta.
Después de un almuerzo frugal y una ligera cabezada con la Eroica sonando empolvada en el giradiscos, marchó al pub como tantas tardes. La gente de Dingle era campechana, con sus miserias y grandezas a la vista, sin exhibirlas ni esconderlas. Simplemente estaban ahí. Quizás por eso eligió este lugar después de la gran desgracia.
El acento irlandés no le resultaba extraño pues lo conocía desde joven. El whisky le gustaba cada vez más y se había convertido en un extraño compañero fiel. Jamás pensó en su vida anterior que podría acabar así. El ambiente del pub era cálido. Si quería conversación, la encontraba. Si quería soledad, también. En verano escucharía música popular en verbenas, recordando por qué escapó de la gran prisión del dolor pero, casi sin solución de continuidad, se volvería a ilusionar con un empezar de nuevo. Y todo ello después de haberse dormido tras larga charla con su compañero fiel.
La mañana del último día laborable de la semana siempre transcurría con un tempo especial. Tan ágil y febril que sin darse de cuenta, justo después de la puesta de sol, ya se descubría a sí mismo acicalándose para la noche. Tenía un blue-collar job pero eso le permitía reservar sus energías intelectuales para la noche, más exigente que las academias.
Si unas horas antes de salir había llovido con generosidad, lo interpretaba como un buen augurio. Le encantaba ver reflejada su figura estilizada en los charcos, los destellos de neón escurriéndose por el suelo, el olor a ¿tierra? ¿asfalto? ¿ozono? mojado…Jersey City era una pequeña gran ciudad fabulosa para sentir el paso de las estaciones, y la entrada del invierno era su momento favorito.
Esa noche se vistió sin aspiraciones. Pensaba dar una vuelta por un par de pubs de los que hacía tiempo que no visitaba. En el D’Angelo´s había pasado tan buenos momentos años ha, que sentía como un sacrilegio el regresar en vano. Con cerveza y frutos secos, la música y la conversación con Gina le empezaron a afectar. Aunque la conocía desde la high school, nunca habían intimado. Los temas, musicales y de charla, discurrían por lo más alto y lo más bajo, ora sexo adolescente, ora las relaciones entre religión y ciencia. Recordaban momentos juntos y pasaban de puntillas por el presente. En un momento singular, se sorprendió acariciando los pendientes que ella se había quitado y dejado sobre la barra. Ya nada volvería a ser lo mismo…

Santiago despertaba cada mañana con la nitidez del sueño recién abandonado. Conforme avanzaban los minutos, Buxtehude, Dingle o D’Angelo’s  entraban en una nebulosa de difícil precisión, que se evaporaba sin violencia. Se despedía cómodamente de su primera vida y entraba poco a poco en la segunda y convencional. Le gustaba rumiar ese desvanecerse tibio de los sueños, e incluso lo agradecía. Se aseguraba así de que no vivía una doble realidad, una doble y arriesgada vida. Temía a la fuerza arrolladora de sus sueños, hasta ahora acotados por su vigilia. Porque… ¿qué ocurriría si algún día se hacen realidad?    

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Pueden interesarte