01 septiembre 2015

Alguna estrella nace lejos

                                                                                     Seudónimo: ANJU
Se levanta cantando todas las mañanas, ni el mismo sabe  por qué.  Simplemente canta. Ópera, canción romántica, lo que sea. Los demás le miran con cara entre sorpresa y extrañeza, pero él canta.
Hoy comerán coliflor, el inconfundible olor va llegando poco a poco de la cocina, mala suerte. No le gusta la coliflor. La señora de al lado  tiene  los pies  viejos y deformados, lo ve  a través de la apertura de sus sandalias ya gastadas.   Ella también tendrá historias que contar a pesar de su aspecto acabado.
Y él sigue  cantando, ha visto tantas películas, italianas, americanas, francesas. Ha escuchado multitud de  canciones y bailado agarrado a una cintura muchas noches.  Quizás fuera todo eso.  También ha viajado,  por montañas,  valles surcados de ríos lentos o rápidos, costas rocosas o cálidas playas donde dejarse mecer por las olas....  Ha conocido ciudades, tiendas, bares, comidas tan distintas bañadas en vino, bibliotecas, museos, edificios antiguos donde perderse,  catedrales inmensas, calles estrechas,  como  laberintos blancos, enormes bulevares elegantes. La luz de cada día, el  viento cálido, el sol inmenso, las estaciones  que se suceden y cambian el color y el olor de las cosas.
Pero lo que más recuerda es una sonrisa, una sonrisa en los ojos, una chispa de felicidad en la mirada de una mujer. No importa el nombre,  él lo sabe bien,  pero no importa si es Amelia o Beatriz o Cristina. Él la recuerda a trozos, retazos, quizás no sepa  cuáles son inventados.  Son momentos fugaces pero a la vez eternos en su cabeza, se repiten, intercambian, giran y se vuelven a reproducir, desde  otro ángulo, en otra ciudad, en otro paisaje, en una casa sencilla o en cualquier espacio vacío.
La señora de al lado está discutiendo con alguien,  se ha levantado y le han quitado su silla e increpa a un señor espabilado que se ha sentado en ella, la silla está  lado de la ventana. Hoy hace mucho calor. El señor misteriosamente se levanta y la señora, creo que se  llama Pilarcita, retoma su asiento.
Ella trabajaba en una oficina de turismo. Él había sido viajante. Por eso conocía muchas ciudades pueblos, comarcas.  La oficina estaba situada en la esquina de la calle de un pueblo de montaña. Tenía folletos de todas las ciudades de alrededor.  Al principio se interesó por una, por cualquiera. Después cada día entraba en la oficina y se acercaba al mostrador con un folleto que había cogido de la estantería.  Ella le explicaba  con dedicación cómo llegar a los principales monumentos a través del mapa o dónde podía comer.  Él ya conocía todas esas ciudades.  Pero seguía preguntado.
No importa que aquí haga mucho calor, que sea agosto no se mueva una gota de aire y que el bochorno inunde nuestra frente.  Todo eso importa poco. Bueno un poco sí,  pero no lo suficiente. Porque la memoria va y viene, recorre el tiempo por delante y por detrás y capaz de recordar que un día él pareció  girar al ritmo inmenso de cualquier órbita.  Que giraban los dos.
Consiguió convencerla de que él conocía otros lugares que no aparecían en esos mapas. Cada primavera  volvía a aquel pueblo de montaña.  Cuando se acercaba reconocía el olor de los grandes árboles,  el sonido de los animales,  el viento acallando en olas de frescor cualquier pensamiento anterior.
Ahora está tumbado en una cama... es un hospital. Se ha despertado y  su hijo le está mirando inquieto.  Quiere decirle que no se preocupe,   pero no puede hablar, entorna los ojos con una sonrisa.  Una punzada recorre su pecho. Está asomado al balcón con vistas al gran valle. Entre sus manos la cintura de ella, la que tan bien conoce,  su pelo negro se mueve levemente y deja ver la curva de su cuello que él besa impregnándose con avidez de su  olor.  Puede sentir como el movimiento de rotación de la tierra mueve el aire cálido, allí en la montaña.  Alguna estrella nace lejos. El tiempo se ha detenido. Tal vez fue un sueño  o tal vez no, ya no importa porque  él lo recuerda bien.  Por suerte no comerá coliflor.  Cierra los ojos.
Ella trabajaba en una oficina de turismo en la esquina de la calle.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Pueden interesarte