La muchacha de la biblioteca
Seudónimo: jueves
Como cada jueves, a las 10 de
la mañana, acudía a la biblioteca de la ciudad para dejar un libro o leer
alguna revista de actualidad. Me gustaba estar un buen rato y disfrutar de la
paz y tranquilidad del lugar, a esa hora de la mañana, solo había algunos
jubilados que acudían a leer la prensa
del día, o a navegar por internet,
adquiriendo conocimientos, descubriendo cosas nuevas, que en su juventud
no lo pudieron hacer.
Y como cada jueves, a esa
hora, desde hacía unas semanas la veía
llegar. De unos 35 años, estatura media, ojos marrones, cabello negro y corto,
piel blanca y cara agraciada. Siempre en
faldas, bolso colgado en su hombro derecho y en la mano izquierda, apretándolo
contra el pecho, el libro que traía a descambiar. Daba los buenos días a la
bibliotecaria, le entregaba el libro leído, recogía otro ya escogido y se
marchaba.
Cuantas noches dormía pensando
en la enigmática joven, en su semblante serio, la mirada triste. Y a la vez,
sentía una enorme atracción física hacia ella, más la curiosidad de saber quién era, me
preguntaba que sentía, qué soñaba.
Aquel Jueves, al pasar a mi
lado cuando se marchaba, la mire a los
ojos y le dije adiós, me miró y una leve sonrisa se dibujó en su boca,
suficiente para hacerme sentir afortunado y feliz. Me acerqué al mostrador, aún
estaba el libro que había traído. Le dije a la bibliotecaria que lo quería leer
y me lo llevé a casa.
En el silencio de la habitación, lo estuve hojeando, creía oler su
perfume en el papel. El libro era “La Insoportable Levedad del Ser”, de Milán
Kundera. Pero lo que más me impactó, fue comprobar las marcas, el subrayado de
muchas frases del libro.
Eran varias páginas las que se
encontraban subrayadas a lápiz, las
frases que a la lectora le había parecido más interesantes. Muchas de ellas
eran filosóficas, cultas, las que hablaban de sentimientos, de dudas, de sueños
o ilusiones. Una de aquellas frases
resaltadas de un dialogo decía: -
¿y por qué no utilizas nunca tu fuerza contra mi? – Porque amor significa renunciar a la fuerza.
Entre aquellas frases escogidas por ella,
descubrí una que había marcado con más
interés. El trazo del lápiz era grueso e intenso, con la particularidad que el
narrador la repetía varias veces y todas estaban subrayadas. Era una expresión
en alemán, ¡Es muss sein!, ¡tiene que ser! ¿Qué sería lo que atormentaba el
corazón de aquella joven?, que sólo marcaba lo relacionado con la voluntad, con
el amor, con los sueños.
La semana siguiente la esperé
cuando dejó el libro y se marchó, como un cazador al acecho me apoderé de él.
Después, en casa lo leía y volvía a descubrir las marcas de lápiz en las frases
con el mismo sentido de incertidumbre, de dudas, que como en el primero estaban
resaltadas.
Y así varias semanas más. No
conocía su voz, solo su mirada triste y el olor de su perfume que dejaba al
pasar y aspiraba entre las hojas de los libros.
Tuve que aceptar, que un amor incontrolado e intenso
nacía en mi por aquella muchacha desconocida, que sin saber su nombre, ni su historia, la
conocía bien, gracias a las frases que en todos los libros subrayaba y
expresaba su sentir, sus deseos y anhelos.
Tenía que hacer algo,
necesitaba hablarle, escuchar su voz, sentir el tacto de su piel, mirarme en
sus ojos, que me conociera.
Aquel jueves acudí a la cita,
me sentía mal por culpa del trabajo de noche, la había pasado en vela y estaba
muy cansado. Me senté a esperarla en el lugar de siempre, abrí la prensa del
día y me puse a leer, tenía que hacer un gran esfuerzo para no cerrar los ojos.
Pasaron unos minutos y por fin la puerta se abrió y entró ella tan guapa como
todos los días. Aquella mañana, la biblioteca estaba solitaria, no había nadie
y la joven del mostrador había ido al interior en busca de algún libro.
Me
levanté, y al pasar por mi lado, me llene de valor y la cogí por el brazo. Me
miró sorprendida, pero no había temor en sus ojos. Con suavidad la atraje hacía
mí y sin pensar le dije: ¡es muss sein! Su mirada era de sorpresa, noté que la
rigidez inicial de su brazo había descendido. Con la misma suavidad, la empuje
a una pequeña habitación que servía de almacén de libros. Entramos en ella,
observé que nadie nos había visto, cerré la puerta y de inmediato la abracé.
Dejó caer los brazos, puso el libro y el bolso encima de la mesa y me miró a
los ojos. Mi pasión tanto tiempo refrenada, quería salir al exterior. Le dije
de nuevo susurrándole al oído. ¡Es muss
sein!, ¡es muss sein!, ¡tiene que ser! Ella cerró los ojos y la bese, sus
brazos rodearon mi cintura y correspondió al beso. Era el beso más dulce por mi
sentido, de sus labios pase al cuello y de allí de nuevo a su boca. Notaba su
respiración acelerada, sus manos acariciaban mi espalda, mis manos bajaron por
su cintura a su culo, la atraje hacia mi, su perfume de rosas embriagaba mi
entendimiento. Solté los botones de la camisa, no llevaba sujetador y sus
pechos blancos y tersos quedaron al aire. Los bese con ansias, sus pezones
estaban erectos, su piel era suave y dulce. Ella al sentir mis caricias, echó
la cabeza hacia atrás, su respiración era cada vez más fuerte. Baje mi mano a
sus piernas y levantándole la falda, la fui subiendo acariciando sus muslos
hasta la entrepierna. Toqué su sexo a través de la fina tela de las braguitas, estaba húmedo y cálido. Lo seguí
acariciando con suavidad, mis dedos hicieron presión en la ingle, en el borde
de la braga y apartándola a un lado conseguí llegar a su sexo. Ella gemía y
abría las piernas para dejar sitio a mis dedos, que con la misma suavidad se
introdujeron en su interior en un suave vaivén, mientras ella se contraía de
placer.
La
tendí sobre la mesa, se levantó la falda hasta la cintura. Con un pequeño
movimiento le quite las bragas de una pierna que como mudo testigo quedó
colgando de la otra. Abrió más las rodillas, la sentía entregada, su sexo
depilado, con una pequeña zona de vello en el pubis, resplandecía húmedo y
deseante. Me baje los pantalones y los calzoncillos, el miembro se mostró
erecto. Me acerque a la mesa, mientras ella abría más las piernas para dejar
sitio a mi cuerpo. Le puse las manos en los muslos para apretarla contra mi, a
la vez que mi pene rozaba la entrada de su sexo…En ese momento se abrió la
puerta de la calle, levanté la cabeza y vi que era ella que llegaba a la
biblioteca, y como siempre, como cada jueves, dejó el libro en el mostrador,
habló unas palabras con la empleada, recogió el nuevo y regresó a la salida. Me puse de pie y al
pasar por mi lado la miré a los ojos, nos miramos, en su boca se dibujó aquella
dulce y tímida sonrisa que me enamoraba, a mis sentidos llegó su perfume de
rosas y sin volver la cabeza, abrió la puerta y se fue.
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