13 diciembre 2021

Relato-. "Conversando con Amalia". Salud García

Club Caliope

—Si nos hubiera tocado la lotería, ¿tú qué harías, Amalia? …Pues para que lo sepas, ¡nos ha tocado! No, no hables porque ya sé lo que vas a decir: que hagamos lo mismo que cuando vendimos la casa. ¿Recuerdas? Le dimos el dinero de la venta a los hijos para la entrada de sus pisos.
Francisco se asomó a la ventana. El cielo estaba encapotado y aunque a él no le gustaba los días nublados, pensó que el gris es considerado un color elegante. Tal pensamiento lo animó. Se puso el abrigo y la bufanda, y salió de la habitación después de darle un beso a su mujer.


​En la residencia avisó de que iba dar un paseo.
 
Al intentar acceder a la sucursal del banco, la puerta cerrada se lo impidió. Pulsó el interruptor y una mujer joven, cabellos veteados de rubio y blusa lila, con algunos botoncitos desabrochados, le preguntó:
—¿Tiene usted cita?
—¿Cita como para el médico?
—Pues algo parecido… ¿Qué desea?
      ​—Es que me ha tocado la lotería y quería sacar el dinero.
      ​—Vale, pase y veremos qué podemos hacer; pero deberá esperar a que atiendan a las personas citadas… Si le parece, deme el boleto premiado y le adelanto el trabajo al compañero de caja. Hay que comprobar si, verdaderamente, está premiado.
      ​—Yo no miento, señorita.
      ​—No lo dudo, caballero, pero son las normas.
      ​—Tome usted —dijo Francisco entregándole el décimo—… y cuidado, no lo vaya a perder por el camino. —La mujer sujetó con la mano el boleto a su pecho y dedicó una sonrisa a Francisco.
Ya en su mesa, al comprobar en el listado de números agraciados en el Sorteo de Navidad la cuantía del premio,llamó por el interfono al director.
Mientras, Francisco esperaba sin poder borrar de su cabeza la imagen del boleto pegado a la teta de la señorita. Él jamás se había fijado en otra mujer que no fuera su Amalia, pero el demonio es cruel y ni siquiera perdona la vejez a la hora de tentar al varón. El ello estaba cuando un señor con traje gris, camisa celeste y corbata azul estampada con ositos, se acercó a él. Con una amabilidad excesiva se presentó a Francisco como Ignacio Morán,director de la oficina, y lo invitó a que le acompañara a su despacho.
      ​—Usted perdone, pero yo no sabía eso de la cita…
—No se preocupe, hombre, siéntese y hablamos… Su nombre, por favor, para dirigirme a usted.
—Me llamo Francisco Hurtado
—Pues bien, Francisco, hemos comprobado su boleto y, efectivamente, está premiado… ¡Y bien premiado! Y aunque estoy seguro de que ya ha pensado en qué invertir esa cantidad, me gustaría ofrecerle algunos productos financieros que podrían interesarle.
—Lo que he pensado es que, cuando usted me dé la cita, compraré en la papelería tres sobres: uno rosa para mi Inma, otro verde para mi Curro, que para eso es del Betis,y otro morado porque mi Pedro es muy devoto de Nuestro Señor del Gran Poder… El dinero lo meteré, repartido por igual, en los tres sobres; eso sí, dejaré un piquito en mi cartilla… Se me va una fortuna en taxis cuando tengo que ir a los médicos especialistas. Ah, también quiero comprarle algún regalito a Sarita, que es la enfermera de la residencia más simpática y que mejor se porta conmigo; y la que me compra los cupones y la lotería.
—Y quien que le ha traído la suerte… Estará contento ¿no?
—Sí, claro. Aunque si le digo la verdad, ha llegado tarde… A esta edad, en pocas cosas puede uno gastárselo; bueno, en dar satisfacción a quienes más queremos. A los hijos me refiero… ¿Usted tiene hijos, señor director?
—Sí, dos —dijo mostrándole la fotografía de una niña y un niño—. Y pienso como usted, pero es que hoy en día no se puede regalar el dinero así porque sí… Están los impuestos por donación y…
—¿Está diciendo usted que no puedo regalarles ese dinero a mis hijos? Yo lo de los impuestos no lo entiendo,y para el tiempo que me queda de vida no necesito aprender más.
—Verá, vamos a hacer una cosa. Usted traiga los sobres… Es más, ordenaré que vayan a comprarlos y hoy mismo lo dejamos resuelto, que estamos ya a 23. En cada uno de los sobres pondremos una felicitación de navidad,de las que tenemos para los clientes de la entidad, junto con mi tarjeta. Se las entrega a sus hijos y les dice que el regalo está en el banco.
—La verdad es que me hubiera gustado darles los sobres abultaditos por los billetes…
—Piense en la cantidad de robos que se llevan a cabo a diario. Los ladrones suelen seguir a las personas mayores que salen de los bancos para abordarlos y…
      ​—En eso tiene usted razón.
      ​—Pues si no tiene prisa, póngase cómodo y en un ratito tendremos los sobres listos para que se los lleve. Mientras tanto, le serviremos un café, un té… Lo que desee, solo tiene que pedírselo a la señorita Elisa.
      ​—No tengo prisa hasta la hora del almuerzo que es a la una menos cuarto… Yo no tomo café ni té porque me sube la tensión… Un vasito de agua estaría bien.
 
Esa misma tarde, Francisco llamó a su hija por el teléfono de la residencia. Le dijo que el 24 de diciembre le gustaría reunirlos a ella, sus hermanos y nietos en un restaurante y celebrar la nochebuena juntos. Le pediría al dueño buen marisco y jamón de pata negra. La hija le recordó que hacía años habían quedado, y él estuvo de acuerdo, que cualquier día de las fiestas navideñas sería igual de buena para comer juntos, y así sus hermanos y ella podrían hacer planes por separado. «¿A qué viene ahora ese cambio, papá?», le preguntó. Él le respondió que tenía unos regalos preparados y le gustaría dárselos ese día. Francisco no quiso insistir ni tirar del argumento de los pocos años que le quedarían para celebrar la nochebuena con su familia. Probó con los varones, por si acaso pudieran convencer a su hermana. Ninguno de los dos respondió la llamada y sor Amparo les dejó un mensaje de voz: «No le pasa nada a su padre, es solo que le gustaría cenar esta nochebuena con sus hijos. Cuando pueda llame a la residencia y le pasaremos con él».
 
Era la mañana del 24 de diciembre. Sor Amparo entró en la habitación de Francisco con una hojita de papel en la mano.
       ​—A ver Francisco, su hijo Curro ha llamado. Quise avisarle, pero dijo que yo misma le diera el recado: «Que él ya ha quedado con sus suegros, y que ha hablado con su hermano Pedro y este se va a la playa con su familia».
Francisco no hizo ningún comentario; solo le dio las gracias a la monja. Se levantó del sillón y se acercó a mesilla de noche.
 —Amalia, ¿qué harías tú con cerca de un millón de euros, si los chiquillos no lo quisieran? —preguntó—. Pero no me respondas ahora mismo porque no tengo ganas de discutir contigo… Mejor, esta noche. Te prometo que cantaré los peces en el río para que te rías de mí —dijo y puso bocabajo el marco plateado.

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